Bárbaros Caballeros
Si no sabe nada, es mejor no tratar de entenderlo. Frente a un partido de rugby no hay análisis que valga. Así haya leído el reglamento al derecho y al revés éste deporte sólo lo podrá entender, después de unos cuantos partidos.
Son casi las siete de una fría noche bogotana y cerca de 20 hombres, entre los 16 y los 40 años, se apoderan de un solitario parque ubicado en la calle 116 con avenida Córdoba, al norte de Bogotá. Debido a su altura y gran tamaño, algunos los podrían confundir con luchadores de sumo, pero no. Ellos son los integrantes del equipo de rugby Barbarians que asisten a uno de sus entrenamientos.
Después de trotar alrededor de una cancha de fútbol durante veinte minutos, hacer algunas abdominales y algunas flexiones de brazos, el entrenamiento serio comienza con un partido de 15 minutos en el que las posiciones de los jugadores se rotan cada vez que se anota un punto. El frío en el parque parece ceder ante el sudor de los veinte jugadores y la energía que irradian con cada uno de sus movimientos. Su dinamismo impregna el ambiente y hace olvidar a los asistentes, mujeres en su mayoría, que la temperatura es cada vez más baja.

Tras quince minutos de un reñido juego. Los jugadores son repartidos nuevamente en dos equipos y se reinicia la partida, pero esta vez con mayor dificultad pues el balón con el que juegan ahora no es el tradicional, ahora lo hacen con un balón medicinal que pesa cerca de 8 libras, esto dificulta mucho más las jugadas y el desplazamiento. Y esa dificultad se ve reflejada también en la brusquedad del juego, los empujones son más potentes, se emplea más fuerza en arrebatarle el balón al contrincante, pero irónicamente ese esfuerzo se pierde cuando se hacen los pases que debido al exagerado peso del balón son cortos y no permiten un juego ágil y para completar, como el balón no permite dar altura al lanzamiento, es fácilmente interceptado por el equipo contrario.
Continuará...